Ahora debo dejar las quejas, los sollozos de niña caprichosa. Tengo que afrontar mi realidad, explotarla, disfrutarla. Aquí estoy, gracias al frío, la lluvia y la soledad, escribiendo para que me leas tú. Entonces, ya a este punto, todas estas ganas de pelearme con la vida por no darse como quiero que se dé, se disipan y se ve lo bueno, se ve que puedo expresarme, escribirte, escribirme, escribirnos.
No pido un colchón de rosas, quiero un colchón de besos, de besos cálidos y besos secos. También un almohadón de sonrisas, de esas que suenan a "te amo", y de las otras también; de las que suenan a "déjame dormir por favor, cierra la boca". Una manta de caricias, de las que susurran un "te quiero" y de las que gritan "te deseo".
Pero sé que dormir así es un placer, y, que como todo placer de la vida, tiene que darse limitadas veces. Cuando uno goza de disfrutar un placer sin verle fin pasan dos cosas: o te arrebatan el placer de las manos; o dejas de valorar lo que tienes y disfrutas. Y como no quiero ni que se me escape de las manos el placer de existir contigo y como me niego rotundamente a acostumbrarme a tu presencia, acepto que la vida me permita quererte a gritos sólo cuando se pueda.
Mientras tanto, seguiré aquí, escribiéndote cuánto te anhelo.
Dulces sueños, Leslie